viernes, 22 de marzo de 2013
maíz/milpa
jueves, 21 de marzo de 2013
miércoles, 20 de marzo de 2013
una octaviada al día da alegría (1)
"Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte."
(an Octavio a day)
martes, 19 de marzo de 2013
(interludio: una cita de Lorca para la situación nacional)
Nos recortan en Sanidad, nos recortan en Educación; no nos vamos, nos echan; y el tiempo pasa y las palabras de Lorca son más válidas que nunca, porque nos recortan en Cultura, y si esto no es el acabóse, yo no sé...
MEDIO PAN Y UN LIBRO
“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz”.
Federico García Lorca

MEDIO PAN Y UN LIBRO
“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz”.
Federico García Lorca

jueves, 14 de marzo de 2013
cucurrucucú/voz/raíz
acerca de Voz/Raíz
Caetano Veloso convierte lo que era una nana -para mí- risueña y juguetona en una pieza dramática, y bellísimamente triste. Aunque no sé decir hasta qué punto esto se debe al vídeo en el que se incluye: Hable con ella.
Me siento bien tontorrona porque desde luego la letra ha sido siempre de una tristeza monumental, pero quizá fuera la mera onomatopeya del cucurrucucú la que me hacía sonreir antes. Y ahora pienso en todas esas canciones mexicanas de apariencia, para el no castellanohablante, alegres y juguetonas... Y cuántas de ellas encierran letras entre lo trágico y lo desgarrado.
Me tiro para los cerros de Úbeda y veo de nuevo la película de Almodóvar. Hay tantas cosas de la soledad, del afecto, de que hablar; cosas que tampoco había notado en el primer visionado. Terribles consecuencias de amores y sentimientos. Bueno, y la novelización almodovariana, que pinta una España que me da entre risa y nostalgia y penuria. Afectos.
Busco (y encuentro) lo que Don Octavio tiene que decir a esto:
"Es imposible identificar ambasactitudes: sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad, por otraparte, no es una ilusión —como a veces lo es el de inferioridad— sino la expresión de un hechoreal: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos.No es el momento de analizar este profundo sentimiento de soledad —que se afirma y se niega,alternativamente, en la melancolía y el júbilo, en el silencio y el alarido, en el crimen gratuito y elfervor religioso—. En todos lados el hombre está solo."
Dicen que por las noches
no más se le iba en puro llorar;
dicen que no comía,
no más se le iba en puro tomar.
Juran que el mismo cielo
se estremecía al oír su llanto,
cómo sufrió por ella,
y hasta en su muerte la fue llamando:
Ay, ay, ay, ay, ay cantaba,
ay, ay, ay, ay, ay gemía,
Ay, ay, ay, ay, ay cantaba,
de pasión mortal moría.
Que una paloma triste
muy de mañana le va a cantar
a la casita sola
con sus puertitas de par en par;
juran que esa paloma
no es otra cosa más que su alma,
que todavía espera
A que regrese la desdichada.
Cucurrucucú paloma, cucurrucucú no llores.
Las piedras jamás, paloma,
¿qué van a saber de amores?
Cucurrucucú, cucurrucucú,
Cucurrucucú, cucurrucucú,
cucurrucucú, paloma, ya no le llores
domingo, 10 de marzo de 2013
(interludio personal-Lucía vs. Octavio)
De la misma manera en que Don Octavio habla de que la distancia que encontró al vivir en EEUU, que le propició tierra de cultivo en que crecieron, quizá menos parciales, sus reflexiones acerca de México… De la misma manera, o más bien de una manera similar, me ocurre que al estar en California se ve España de otra manera, y también México, que ya lo olí y pisé.
Cuestiono, sin embargo, muchas de las reflexiones culturales de don Octavio, como cuando menciona la mexicanidad como ''gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva".
Me lo llevo, claro, a un terreno personal y me pregunto cuál sería el equivalente hablando de España. Probablemente sería horriblemente similar: "regusto por la ornamentación, orgullo por la suciedad castellana cañí, pereza y vocerío".
O quizá me equivoco. Es difícil pensarlo desde aquí.
Cuestiono, sin embargo, muchas de las reflexiones culturales de don Octavio, como cuando menciona la mexicanidad como ''gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva".
Me lo llevo, claro, a un terreno personal y me pregunto cuál sería el equivalente hablando de España. Probablemente sería horriblemente similar: "regusto por la ornamentación, orgullo por la suciedad castellana cañí, pereza y vocerío".
O quizá me equivoco. Es difícil pensarlo desde aquí.
martes, 5 de marzo de 2013
lunes, 4 de marzo de 2013
notas sobre octavio paz (1)
capítulo 1: el pachugo y otros extremos
Esta semana, pensando en máscaras, me viene a la cabeza el primer capítulo de Don Octavio y cuando habla de la conciencia de uno mismo que se funda en la adolescencia, y que a la vez que define también conforma una primera barrera.
Paralelamente, y aunque nada tenga que ver, comenta un amigo que la gente bella (de apariencia bella, se entiende) tiene siempre las cosas un poquito más fáciles en la vida. Y me gustaría contradecirle pero me temo que la generalización aquí está medio justificada. La cara, la máscara, lo que te ven y que nunca ves de la misma manera en que los otros te perciben. Un rostro, una máscara irreemplazable.
Trato en este momento de reconducir las ideas al entorno mexicano. Mil y una cosas se me ocurren, como el mero hecho de que la apariencia latina/hispana/mexicana lleve a otros a iniciar la interacción con una idea de base. Cito a Don Octavio, que muy acertadamente dice "la máscara del viejo es la historia de unas facciones amorfas, que un día emergieron confusas, extraídas en vilo por una mirada absorta. Por virtud de esa mirada las facciones se hicieron rostro y, más tarde, máscara, significación, historia." Y qué decir de las otras máscaras dentro de México: A los muertos, a las Muertes, a los indígenas.
Abro paréntesis:
Hablando de indígenas entiendo, nativos de ascendencia prehispánica (aquellos que vivían allá antes de que llegáramos a conquistarlos y diezmarlos y evangelizarlos), que, desde mi torpe ignorancia, caracterizo como gentes que hablan dialectos como el náhua o el quechua o las otras decenas de lenguas. Digo ''indígena'' y me estremezco internamente. Pienso en una señora que conocí en una plaza de una zona apartada de Puerto Vallarta. Estaba sentada con sus largas trenzas a la espalda tejiendo con habilidosa -y misteriosa- precisión una tela de vivos colores mexicanísimos.
Cuando digo indígena, me viene a la mente una de esas nostalgias de algo que no has conocido, o que quizá ya ni exista. Un modo de vivir que no está engraved in Western society, que funciona bajo otros parámetros, más sabios o tan sólo más arraigados a una tierra y a una manera de hacer, valores que se transmiten de otra manera y se basan en otras aspiraciones. Una vida indígena inevitablemente romantizada por mi parte, en la que veo habilidades manuales que se me asemejan inalcanzables… Una visión parcial, desde luego, y teñida de sentimiento de culpa nacional (español).
Cierro paréntesis.
Con esto en la cabeza, me pongo a tallar madera, a hacer máscaras como las que he visto que hacían los indígenas. Premeditadamente huyo de imágenes referenciales. No quiero copiar. Con la idea vaga de su apariencia, tomo un leño de redwood y tallo.
Ocurren una serie de cosas graciosas:
Lo primero, que certifico mi torpeza. Aquella señora tejiendo tan grácilmente me viene a la cabeza constantemente. Lo segundo, qué paradójica situación estar intentando ser indígena y no consiguiéndolo ni de broma. Patetismo. Un poco de vergüenza. Ironías.
Esta semana, pensando en máscaras, me viene a la cabeza el primer capítulo de Don Octavio y cuando habla de la conciencia de uno mismo que se funda en la adolescencia, y que a la vez que define también conforma una primera barrera.
Paralelamente, y aunque nada tenga que ver, comenta un amigo que la gente bella (de apariencia bella, se entiende) tiene siempre las cosas un poquito más fáciles en la vida. Y me gustaría contradecirle pero me temo que la generalización aquí está medio justificada. La cara, la máscara, lo que te ven y que nunca ves de la misma manera en que los otros te perciben. Un rostro, una máscara irreemplazable.
Trato en este momento de reconducir las ideas al entorno mexicano. Mil y una cosas se me ocurren, como el mero hecho de que la apariencia latina/hispana/mexicana lleve a otros a iniciar la interacción con una idea de base. Cito a Don Octavio, que muy acertadamente dice "la máscara del viejo es la historia de unas facciones amorfas, que un día emergieron confusas, extraídas en vilo por una mirada absorta. Por virtud de esa mirada las facciones se hicieron rostro y, más tarde, máscara, significación, historia." Y qué decir de las otras máscaras dentro de México: A los muertos, a las Muertes, a los indígenas.
Abro paréntesis:
Hablando de indígenas entiendo, nativos de ascendencia prehispánica (aquellos que vivían allá antes de que llegáramos a conquistarlos y diezmarlos y evangelizarlos), que, desde mi torpe ignorancia, caracterizo como gentes que hablan dialectos como el náhua o el quechua o las otras decenas de lenguas. Digo ''indígena'' y me estremezco internamente. Pienso en una señora que conocí en una plaza de una zona apartada de Puerto Vallarta. Estaba sentada con sus largas trenzas a la espalda tejiendo con habilidosa -y misteriosa- precisión una tela de vivos colores mexicanísimos.
Cuando digo indígena, me viene a la mente una de esas nostalgias de algo que no has conocido, o que quizá ya ni exista. Un modo de vivir que no está engraved in Western society, que funciona bajo otros parámetros, más sabios o tan sólo más arraigados a una tierra y a una manera de hacer, valores que se transmiten de otra manera y se basan en otras aspiraciones. Una vida indígena inevitablemente romantizada por mi parte, en la que veo habilidades manuales que se me asemejan inalcanzables… Una visión parcial, desde luego, y teñida de sentimiento de culpa nacional (español).
Cierro paréntesis.
Con esto en la cabeza, me pongo a tallar madera, a hacer máscaras como las que he visto que hacían los indígenas. Premeditadamente huyo de imágenes referenciales. No quiero copiar. Con la idea vaga de su apariencia, tomo un leño de redwood y tallo.
Ocurren una serie de cosas graciosas:
Lo primero, que certifico mi torpeza. Aquella señora tejiendo tan grácilmente me viene a la cabeza constantemente. Lo segundo, qué paradójica situación estar intentando ser indígena y no consiguiéndolo ni de broma. Patetismo. Un poco de vergüenza. Ironías.
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