capítulo 1: el pachugo y otros extremos
Esta semana, pensando en máscaras, me viene a la cabeza el primer capítulo de Don Octavio y cuando habla de la conciencia de uno mismo que se funda en la adolescencia, y que a la vez que define también conforma una primera barrera.
Paralelamente, y aunque nada tenga que ver, comenta un amigo que la gente bella (de apariencia bella, se entiende) tiene siempre las cosas un poquito más fáciles en la vida. Y me gustaría contradecirle pero me temo que la generalización aquí está medio justificada. La cara, la máscara, lo que te ven y que nunca ves de la misma manera en que los otros te perciben. Un rostro, una máscara irreemplazable.
Trato en este momento de reconducir las ideas al entorno mexicano. Mil y una cosas se me ocurren, como el mero hecho de que la apariencia latina/hispana/mexicana lleve a otros a iniciar la interacción con una idea de base. Cito a Don Octavio, que muy acertadamente dice "la máscara del viejo es la historia de unas facciones amorfas, que un día emergieron confusas, extraídas en vilo por una mirada absorta. Por virtud de esa mirada las facciones se hicieron rostro y, más tarde, máscara, significación, historia." Y qué decir de las otras máscaras dentro de México: A los muertos, a las Muertes, a los indígenas.
Abro paréntesis:
Hablando de indígenas entiendo, nativos de ascendencia prehispánica (aquellos que vivían allá antes de que llegáramos a conquistarlos y diezmarlos y evangelizarlos), que, desde mi torpe ignorancia, caracterizo como gentes que hablan dialectos como el náhua o el quechua o las otras decenas de lenguas. Digo ''indígena'' y me estremezco internamente. Pienso en una señora que conocí en una plaza de una zona apartada de Puerto Vallarta. Estaba sentada con sus largas trenzas a la espalda tejiendo con habilidosa -y misteriosa- precisión una tela de vivos colores mexicanísimos.
Cuando digo indígena, me viene a la mente una de esas nostalgias de algo que no has conocido, o que quizá ya ni exista. Un modo de vivir que no está engraved in Western society, que funciona bajo otros parámetros, más sabios o tan sólo más arraigados a una tierra y a una manera de hacer, valores que se transmiten de otra manera y se basan en otras aspiraciones. Una vida indígena inevitablemente romantizada por mi parte, en la que veo habilidades manuales que se me asemejan inalcanzables… Una visión parcial, desde luego, y teñida de sentimiento de culpa nacional (español).
Cierro paréntesis.
Con esto en la cabeza, me pongo a tallar madera, a hacer máscaras como las que he visto que hacían los indígenas. Premeditadamente huyo de imágenes referenciales. No quiero copiar. Con la idea vaga de su apariencia, tomo un leño de redwood y tallo.
Ocurren una serie de cosas graciosas:
Lo primero, que certifico mi torpeza. Aquella señora tejiendo tan grácilmente me viene a la cabeza constantemente. Lo segundo, qué paradójica situación estar intentando ser indígena y no consiguiéndolo ni de broma. Patetismo. Un poco de vergüenza. Ironías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario